martes, 22 de febrero de 2011

Las cuentas de la lechera y las del Gran Capitán

Si te dicen que te estás haciendo las cuentas de la lechera o que tal cosa es el cuento de la lechera, ¡cuidado! Seguramente estás planificando cosas improbables o tienes ilusiones desmesuradas sobre el resultado de una cosa, pues partes de una base frágil y poco consistente.

La idea de hacerse ilusiones sin fundamento ya venía en el Calila y Dimna (1251), la traducción alfonsí de unos cuentos indios escritos en árabe. En ellos aparece el relato de un religioso que había guardado una olla de miel, y una noche se puso a soñar sobre lo que haría con el dinero que conseguiría por ella: compraría cabras, luego vacas, se haría rico, se casaría, educaría a su hijo y, si se portara mal, le pegaría con la vara que llevaba en la mano... y, alzando el brazo con la vara, le dio a la olla, la rompió y se le cayó la miel sobre la cabeza, echando a perder sus sueños de riqueza.


Don Juan Manuel en el Conde Lucanor (1335) hizo su propia versión del cuento, llamada "De lo que aconteció a una mujer que dicen Doña Truhana", con idéntico resultado. Sin embargo, ¿de dónde viene nuestra gentil lechera? Pues de la versión de Félix María de Samaniego, fabulista del siglo XVIII. Hay que tener en cuenta que muchas generaciones españolas aprendieron a leer con las fábulas de Iriarte y de Samaniego, y muchas de sus historias pasaron así al lenguaje popular. Dice esta fábula así:



Llevaba en la cabeza
una lechera el cántaro al mercado
con aquella presteza,
aquel aire sencillo, aquel agrado,
que va diciendo a todo el que lo advierte
«¡Yo sí que estoy contenta con mi suerte!»


Porque no apetecía
más compañía que su pensamiento,
que alegre la ofrecía
inocentes ideas de contento,
marchaba sola la feliz lechera,
y decía entre sí de esta manera:


«Esta leche vendida,
en limpio me dará tanto dinero,
y con esta partida
un canasto de huevos comprar quiero,
para sacar cien pollos, que al estío
me rodeen cantando el pío, pío.


»Del importe logrado
de tanto pollo mercaré un cochino;
con bellota, salvado,
berza, castaña engordará sin tino,
tanto, que puede ser que yo consiga
ver cómo se le arrastra la barriga.


»Llevarélo al mercado,
sacaré de él sin duda buen dinero;
compraré de contado
una robusta vaca y un ternero,
que salte y corra toda la campaña,
hasta el monte cercano a la cabaña».


Con este pensamiento
enajenada, brinca de manera
que a su salto violento
el cántaro cayó. ¡Pobre Lechera!
¡Qué compasión! Adiós leche, dinero,
huevos, pollos, lechón, vaca y ternero.


¡Oh loca fantasía!
¡Qué palacios fabricas en el viento!
Modera tu alegría,
no sea que saltando de contento,
al contemplar dichosa tu mudanza,
quiebre su cantarillo la esperanza.


No seas ambiciosa
de mejor o más próspera fortuna,
que vivirás ansiosa
sin que pueda saciarte cosa alguna.


No anheles impaciente el bien futuro;
mira que ni el presente está seguro.


Resulta bien divertida, y más con rimas tan ripiosas como "estío" y "pío, pío"; "consiga" y "barriga", etc.

Por último, no hay que confundir estas cuentas con las cuentas del Gran Capitán. Se atribuye esta expresión a una anécdota histórica del Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba, que ganó el Reino de Nápoles para los Reyes Católicos (1506), mas estos le hicieron justificar sus gastos. Enojado, enumeró al rey Fernando una serie de dispendios exhorbitantes, con partidas como las siguientes:


"Por picos, palas y azadones, cien millones de ducados; por limosnas para que frailes y monjas rezasen por los españoles, ciento cincuenta mil ducados; por guantes perfumados para que los soldados no oliesen el hedor de la batalla, doscientos millones de ducados; por reponer las campanas averiadas a causa del continuo repicar a victoria, ciento setenta mil ducados; y, finalmente, por la paciencia de tener que descender a estas pequeñeces del rey a quien he regalado un reino, cien millones de ducados".

De este modo, esta expresión se emplea irónicamente cuando una cuenta o relación de gastos es exagerada o poco clara, o cuando no quieren darse explicaciones a un hecho.

Referencias: García Remiro, José Luis (2001). ¿Qué queremos decir cuando decimos...? Frases y dichos del lenguaje diario. Madrid: Alianza.

2 comentarios:

  1. José Luis, Fideu al aparato. Que cuando hablas del "Conde Lucanor", pone que es de Don Juan Tenorio, pero es de Don Juan Manuel... Supongo que te has confundido xD

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  2. ¡Gracias por darte cuenta! Me gusta tanto el Tenorio que lo meto por todos sitios. Ya lo he cambiado.

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