lunes, 9 de septiembre de 2013

El coño de la Bernarda, con perdón

Existen, al menos en la tradición de España, diversas frases que aluden a los lugares y las situaciones en las que reina el caos y la confusión. Curiosamente, las tres que vamos a tratar aquí tienen que ver con personajes peculiares, a veces míticos, cuya historia produjo una frase para la posteridad. Claro que, como vemos en el título, unas más educadas que otras.

La primera que se me viene a la mente es la casa de Tócame-Roque, expresión que nos llega de Madrid. Se dice de la casa o el lugar donde cada uno hace lo que le parece, y se producen a menudo pleitos y jaleos. Por lo visto, existió tal lugar, en la calle del Barquillo, en Madrid, y se hizo famoso por aparecer en un sainete de Ramón de la Cruz, La Petra o la Juana o El Buen Casero, que pronto fue conocida por el título La casa de Tócame-Roque. Se dice que allí vivían dos hermanos, Juan y Roque, que discutían mucho, y el primero le decía al segundo: "Tócame a mí, Roque; tócame, Roque", y así surgió el dicho. También Mesonero Romanos, el gran costumbrista de Madrid (Escenas matritenses, 1836) habla de esta casa. Luego Galdós la utilizará ya como expresión popular, desvinculada de la famosa casa, llamando a la política nacional un patio de Tócame-Roque (Episodios Nacionales, 1911). 

Curiosamente, la expresión ha ganado otro significado, muy próximo a la de el perro del hortelano, ni come, ni comer deja o ni deja comer, que se dice de los amantes (generalmente, en realidad, de las mujeres), que se quejan de que las pretendan, pero que si se les deja de hacer caso, se quejan de que ya no lo hagan, o les piden su favor. El perro del hortelano es una comedia de Lope de Vega que utilizó como título un antiguo refrán. En el caso de Roque, se dice: Tócame, Roque... ¡Mamá, que Roque me ha tocado! con el mismo sentido.

Un corral de comedias
También de Madrid nos viene, con un significado sinónimo, la frase el corral de la tía Pacheca o simplemente el corral de la Pacheca. Parece documentado que el tal corral era un teatro (llamados "corrales" o "corrales de comedias" en el siglo XVI) que estaba en la Calle Burguillos. Pertenecía a Isabel Pacheco, conocida como "la Pacheca", y de ahí el nombre. Relacionarlo con la confusión era normal, pues estos corrales eran lugares de reunión en los que no se guardaba el recato que se espera en los teatros actuales... Pero esa opinión me la guardo por ahora. Por cierto, que El Corral de la Tía Pacheca es el nombre de un famoso tablao flamenco.

Finalmente, con el mismo sentido de lío y confusión, encontramos la frase el coño de la Bernarda, la más divertida de las tres, y de la que conozco al menos tres explicaciones, pues tres regiones se disputan su origen: las Alpujarras granadinas, Ciudad Real y Sevilla. En Granada se dice que Bernarda era una vieja santera que recibió la aparición de San Isidro una noche en la que estaba afligida por no haberse casado y tenido hijos, pues según ella "no es buena la mujer de cuyo higo no salen hijos". El bueno de San Isidro se le presentó y le tocó el coño, literalmente, y este quedó santificado. Así, las gentes del lugar iban a su casa a tocar sus partes milagrosas, con las que sanaba enfermos, multiplicaba las cosechas y muchos otros prodigios. El sacerdote del lugar, por lo visto, tenía mucha fe en el coño de Bernarda: cuando murió muchos males asolaron la región; el sacerdote la mandó desenterrar y se había convertido en polvo, excepto su coño, que se mantenía incorrupto. Así, mandó que se convirtiera en reliquia de la Iglesia, no sin problemas con la Santa Inquisición. 

La versión ciudarrealeña es parecida, salvo que esta Bernarda vive en el monte, y salva, bendice y cura a los pastores solo si tocan su parrús. Examinada por monjes, estos certificaron su poder beatífico. En Sevilla es donde el mito es más aburrido, y seguramente más cierto: Bernarda sería una prostituta famosa en la región, por cuyo higo pasaba todo hijo de vecino. En cualquier caso, decir ahora que el Congreso parece el coño de la Bernarda da a entender que es un guirigay, en donde nadie se entiende, todo es desorden y confusión. Vamos, que es el Congreso.

Fuentes


lunes, 2 de septiembre de 2013

Las vueltas del verbo "venir"

Un amigo, Fernando Ruvalcaba, me ha pedido que comente cuándo es correcto utilizar viniste y cuándo *veniste... Sí, ¿se ve el asterisco? Eso significa que nunca es correcto emplearlo, así de fácil. Otra cosa es que sí se use y, por lo visto, en México se emplea bastante. La pregunta entonces es sencilla: ¿por qué se produce este error?

En mi opinión, se trata al mismo tiempo de un ejercicio de analogía y de disimilación. Vayamos por partes: primero, la analogía. La analogía se produce cuando, ante la duda, se utiliza la forma que creemos correcta por parecido con otra. En este caso, el infinitivo es venir, con e, y la mayoría de las formas de indicativo se forman con esta vocal: vengo, venía, vendrá... Es por eso que los hablantes piensan que la forma debería ser con e. Sin embargo, también hay muchas formas con i o con ie: vino, vienes, vinieron... ¿Por qué entonces analogía con la e? Aquí entra en juego la disimilación, que es el cambio que se produce para diferenciar dos sonidos que se hacen complicados de pronunciar por estar próximos: como en viniste hay dos íes seguidas, los hablantes piensan que "suena mejor" que la primera sea una e. Es por eso que creo que se produce la forma *veniste en lugar de la correcta, viniste.

Por otra parte, alguien se preguntará por qué hay tanta alternancia vocálica: unas formas con e, otras con i y otras con ie, cuando todas las formas del latín venio, el verbo de donde proviene nuestro venir, son con e. Pues bien, se debe a que esa e unas veces era tónica y otras, átona es decir, a veces se pronunciaba fuerte, con acento (como en pérfido) y otras se pronunciaba débil, porque había otra tónica (como en ventana o en doble). También influye el hecho de que vaya antes de la vocal tónica,  fuerte (de nuevo, ventana) o detrás (otra vez doble), entre otras cosas. En realidad, el sistema en latín utilizaba para establecer la tonicidad de las vocales una distinción que hemos perdido, la duración de la vocal: era diferente una e larga de una e breve. Pero para efectos de explicación, nos sirve el tema del acento. En resumen, es por eso, por ejemplo, que venio produjo vengo; veniunt dio vienen y veniste derivó en viniste: depende de distintos fenómenos fonéticos de acento y colisión de sonidos.

Para acabar, conviene recordar que también es incorrecta la forma *vinistes (o *venistes, que sería doblemente incorrecta). Esta -s espuria se añade por otra engañosa analogía: como en el presente de indicativo la segunda persona del singular lleva -s (tú amas/temes/vienes), los hablantes creen que lo correcto es añadirla al pretérito perfecto simple (el tiempo de pasado), y sobre las correctas amaste, temiste y viniste, construyen las formas *amastes, *temistes y *vinistes (o *venistes), que ahora ya sabemos que conviene rechazar.